Alas Blancas

Ahriel estaba sentada en el columpio de madera situado en el exterior de su casa bajo los primeros y cálidos rayos del sol de la mañana. Su hijo Zor había ido al mercado, a buscar verduras para la cena de aquella noche, acompañada de su mejor amiga, un engendro llamado Cosa.
Habían pasado 10 años desde que Ahriel visitara Aleian por última vez. Desde entonces, había vivido con Zor y Cosa en Kaie, un pequeño poblado varios días al norte de Karish habitado por gentes simpáticas y agradables y con una gran prosperidad económica. Habían sido diez años maravillosos, en los que la compañía de su hijo y de ese engendro a que había acabado acostumbrándose, a pesar de su desprecio hacia aquellos seres. Su estancia en Gorlian le había mostrado que esas criaturas eran destructivas y malvadas, sin sentimientos, que se lamentaban por el mero hecho de vivir, ya que para ellos su existencia constituía una larga y dolorosa agonía. Todos los engendros eran así, todos salvo Cosa y Shalorak. 


Shalorak. La criatura más perfecta de Fentark, un mago obsesionado con crear criaturas lo mas parecidas posibles a los humanos, y Shalorak habia sido su mejor creación. No lo había conocido apenas, sólo lo había visto una vez, y la verdad es que verdaderamente le había parecido un humano. Lo había conocido cuando la reina Marla les había guiado al interior de una trampa en la Fortaleza Secreta de la Hermandad, y se acordó de como esta posteriormente había estrellado Gorlian contra el suelo y con ella, toda esperanza de encontrar a su hijo. Sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos. Su hijo había escapado de la esfera antes de que Marla la estrellase contra el suelo, y esta estaba muerta. Todo había pasado y ella era feliz.

Cosa era... diferente. Era un engendro como los demás físicamente, deforme, resultado de los experimentos fallidos de Fentark, pero no se comportaba como ellos. Era servicial, amigable y muy cariñosa con su hijo mestizo. Suspiró mientras se acordaba del padre mortal del chico, Bran. Su romance de Gorlian. El único recuerdo bonito que conservaba de ese horrible mundo. 

Un ruido en la puerta de la verja que delimitaba la extensión de su propiedad la sacó de sus pensamientos. Zor había vuelto con la verdura y una sonriente Cosa volvía a su lado llevando una bolsa de carne. Ahriel frunció el ceño. No recordaba haberles pedido que trajesen carne.

 - Madre, ¿otra vez te has quedado dormida en el columpio?

A su lado, Cosa empezó a reírse incontrolablemente, como si Zor hubiese hecho un gran chiste. 

 -Arrriel durrmida- dijo a través del pequeño orificio que hacia las veces de boca 
 - ¡No me he quedado dormida! - Protestó Ahriel. Se quedó mirando a Zor y, como tantas otras veces, la impresionó su parecido con Bran. Aquel chico le recordaba tanto a su padre... 
 - ¡Bueno, pues es hora de ir haciendo la cena! ¿Y esa carne Zor? Ya comimos ayer carne, hoy tocaban verduras. 
 - Pero no es cualquier tipo de carne, madre. Es carne de cordero. De los mejores corderos de la región. 
 - ¿Has ido a comprarle a Frank? - Preguntó Ahriel, poniéndose tensa.
 - Si, madre pero... 
 -¿PERO QUÉ, ZOR? ¿CUÁNTAS VECES TE DIJE QUE NO FUESES A COMPRAR A FRANK? ¡SABES DE SOBRA LO ESTAFADOR QUE ES Y LO CARA QUE ES LA CARNE QUE OFRECE! 

Ahriel estaba roja de cólera y batía las alas con una fuerza extraordinaria. Zor sabía que esos eran síntomas de que su madre estaba muy enfadada y que en cualquier momento podía caerle una buena tunda.

 - ¡Baja la voz madre! Estás asustando a Cosa y como sigas así los vecinos va a empezar a salir a la calle a ver qué este alboroto. Además Frank es un tipo simpáti...

No llegó a terminar la frase. La mano de Ahriel salió disparada contra su mejilla propinándole una buena torta, que hizo que a Zor le saltaran las lágrimas. 

 - No vuelvas a contradecirme - Sentenció Ahriel, furiosa.
 - Arrriel mmala, Zor buenno. Arrriel cummpleañuss
 - Cosa cállate. Espera, ¿qué has dicho?
 - Arrriel cummpleañuss.

Ahriel se quedó helada. ¡Pues claro, cómo podía haberlo olvidado! Ese día era su cumpleaños y Zor sabía bien lo que le encantaba la carne de los venados del viejo Frank. La carne era un regalo de su hijo. ¡Pero como había podido ser tan estúpida! Llamó a su hijo pero Zor ya se había metido en la casa. Corrió hacia la puerta para entrar cuando oyó una voz a sus espaldas que la llamaba:

 - ¡Ahriel!, ¡Ahriel! 

Ahriel se volvió justo para ver como Lekaiel, la jefa del Consejo de ángeles de la ciudad de Aleian, aterrizaba suavemente sobre el brillante césped de su casa.

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